Durante diez años la realizadora Hilary Helstein entrevistó a sobrevivientes de campos de concentración (entre ellos el célebre Simón Wiesenthal), que mientras estaban prisioneros, con lo que conseguían (pedazos de carbón, lápices, etc) fueron testimoniando lo que vivían allí a través de dibujos y pinturas. Los testimonios están intercalados con imágenes de esas creaciones artísticas. El postulado fundamental del documental es que a través de estos creaciones que se hacían a escondidas, y aún a riesgo de sus propias vidas, lograban recuperar la humanidad que los nazis intentaban sustraerles a las personas que tenían en los campos de concentración. Memoria y arte...
Memoria para recordar el genocidio perpetrado por los nazis (la directora insiste en incorporar a gitanos, homosexuales y activistas disidentes entre las víctimas de un terror en general asociado de manera casi excluyente al sufrimiento del pueblo judío) y arte al señalar la importancia del dibujo y la música como último recurso de evasión/catarsis contra el horror, en suma, como refugio para la salud mental.
Si bien apela a la contundencia de ciertas imágenes, Helstein evita los golpes bajos. El largometraje hila las entrevistas a partir de una narración en off, a la que la poetisa Maya Angelou presta su hermosa voz y su perfecta dicción.
Quizás lo más impresionante de este documental no sean las declaraciones de los entrevistados, ni las fotos de archivo, ni los mismísimos dibujos recuperados. No… Lo más impresionante es la mirada de quienes hoy recuerdan y relatan, y la mirada de papel de quienes padecieron, perecieron y por lo tanto nunca pudieron contar… cómo lo vieron sus ojos.
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